Me encuentro últimamente con algunos
conocidos, autoproclamados católicos, que han tachado mis post de este blog como radicales, incluso de anticatólicos, y que
ahora parecen haber virado hacia mis posturas críticas. El milagro se llama
Papa Francisco, que parece haberles descubierto a algunos que la Iglesia
Católica no era lo suficientemente cristiana. Me alegro del viraje evangélico del
contramaestre Bergoglio en una destartalada nave que iba hacia el naufragio, si
bien me llama la atención cómo algunos fieles se apuntan a este nuevo rumbo más
por obediencia al Obispo de Roma que por convicción. Ese reflejo jerárquico es
una prueba de cuán lejos estaba precisamente la Iglesia de su fundador. Nuestro
pensamiento debe tener como norte El Evangelio y no la Silla de San Pedro, que
no siempre, como demuestra la Historia, ha estado del lado del mensaje de
Cristo. Los dos últimos pontificados, sin ir más lejos, han apostado por un
concepto de Cristiandad que se alejaba del mandato del Concilio Vaticano II.
¿Cómo es posible que los que comulgaban con esos trasnochados mensajes de Juan
Pablo II y Benedicto XVI sean ahora entusiastas del mensaje del pontífice
argentino? Es la cuadratura del círculo, que se explica por esa sumisión al
autoritarismo vaticano que caracteriza al católico tradicional… Ojalá esto
también lo cambie el Papa Francisco.
Desde aquí llevamos mucho tiempo
apostando por una Iglesia de cristianos conscientes, autocríticos, con criterio
propio fundamentado en el Evangelio. De ahí nace precisamente el cambio que
tanta ilusión ha despertado en algunos a través de la figura de Bergoglio. De poco
servirá que los católicos se sumen a la moda de este pontífice jesuita que
parece franciscano sin no se produce en ellos un cambio profundo que haga
posible cambiar el trasnochado modus
operandi de la Iglesia. Hay que dar voz a ese pueblo de Dios consciente y
crítico, llevando hasta sus últimas consecuencias el proceso que se inició en
el Concilio Vaticano II. Hay que escuchar también a otros ciudadanos que
supuestamente están fuera de la Iglesia. El reto está ahí en esta dimensión
participativa, aperturista y también en otra más delicada: cómo controlar los
poderes fácticos de dentro y fuera de la Iglesia a los que no les conviene esta
metamorfosis. Ahí el actual Papa tiene
que demostrar hasta qué punto el giro evangélico que predica pueda ser
efectivo.
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