Visito Emilia Romaña, prodigio del arte y de la impronta cristiana. Rávena es el esplendor del recién inaugurado cesaropapismo. Me sorprende la belleza de esa iconografía simbolizada al tiempo que rechazo esa alianza espúria entre Iglesia e Imperio. En Bolonia me emociona el complejo medieval de cuatro iglesias altomedievales de Santo Stefano, especialmente el pequeño calco del Santo Sepulcro de Jerusalén que trajeron aquí los cruzados. Visito también la tumba de Santo Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos, pero me atrae más la presencia advocada de Tomás de Aquino, el "buey sabio". Memorable esfuerzo el del el creador de la escolástica por intentar racionalizar los misterios de la fe; lástima que sus compañeros de orden, convertidos en cancerberos de la Inquisición, la utilizasen como referente dogmático para atormentar a los herejes. El santo italiano habló de "bien común" como criterio social preeminente y este ha sido uno de los ejes de la doctrina social de la Iglesia Católica.
Leo este domingo en el país una entrevista con Christian Felber, promotor de la "economía del bien común" y me pregunto por qué la Iglesia no ha apoyado estos postulados humanistas y cristianos en lugar de hacer la vista gorda hacia el miserable egoísmo del poder financiero, cuando no apoyar subrepticiamente las opciones derechistas que sostienen esa globalizada rapiña. Las 50 propuestas para hacer más justo el mundo del austriaco son la continuación laica de la lógica solidaria del pensador aquiniano. Felber critica que toda la economía gire en torno al PIB, en lugar de un "producto del bien común" que tenga en consideración otros parámetros cualitativos como el medioambiente, la salud democrática, la justicia y la igualdad... Y ese planteamiento solidario se concreta en el "factor 20", que establece que la diferencia entre un ejecutivo y un operario no puede superar el multiplicador 20 (en 2011 llegó a 321). Para culminar su propuesta Felber pretende sustituir la lógica de la competencia por la de la cooperación. Nada nuevo bajo el sol; todos estos valores habían sido puestos en circulación por el cristianismo más genuino al comienzo de nuestra era... El Papa Francisco, tan inclinado a los gestos mediáticos, podría aventurarse también por este cambio de paradigma que seguro agradaría a su querido santo de Asís: de la complacencia con la avaricia smithiana del capitalismo al bien común propugnado por Santo Tomás. Ver para creer.
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