Va a necesitar el Papa inspiración franciscana y habilidad jesuítica para reconducir a la Iglesia por la senda del Evangelio
Decíamos hace unos meses, por boca de Hans Küng, que el Papa Francisco estaba ante una encrucijada que debía resolver con gestos y acciones. Los gestos, por ahora, son esperanzadores. En una institución tan apegada a los signos como la Iglesia Católica, desprenderse de crucifijos aúreos y escarpines de Prada o visitar la isla de Lampedusa (símbolo de la marginación de los emigrantes a la Fortaleza europea) adquiere una indudable relevancia, mucho más en un mundo mediático como el actual.
Superada esta prueba, sobre todo tras las inspiradas y valientes palabras de Brasil (apostando por los indignados, enmendando la plana a los políticos), el primer pontífice jesuita se enfrenta al verdadero reto: doblegar los malsanos, endogámicos intereses de la Curia y frenar el impulso del neoconservadurismo eclesial relanzado desde el pontificado de Juan Pablo II (¿por eso lo quieren hacer santo?). Entre las declaraciones más relevantes del reciente viaje carioca destacan el respeto hacia un Estado laico, dejando la Iglesia con sus afanes evangélicos. Esta apuesta choca frontalmente con el concepto de Cristiandad que pretende catequizar las sociedades e influir en ellas, contando con la complicidad de los Estados. Esta es la tesis que defiende y pone en práctica el Cardenal Rouco Varela en España (hija díscola que hay que reconquistar para la fe), metiendo a la iglesia y sus satélites empresariales en la disputa de medios de comunicación, en la educación, intentando influir en las decisiones del Gobierno, etc. Un cambio real del Papado hacia posiciones realmente evangélicas -en contra de cualquier contubernio con el poder terrenal y financiero- pasa inexorablemente por el relevo de este tipo de políticas y de aquellos que las alientan. Si esto no se produce, estaremos ante una nueva operación de maquillaje parecida a la de Obama (ese mulato políticamente correcto) en el que todo parece cambiar para que no cambie nada.
Me gustaría tener esperanza en este Papa latinoamericano que advoca el nombre de mi santo preferido, el poverello de Asís, cuya radicalidad evangélica es necesario retomar ya tras el secuestro de la Cátedra de San Pedro por los vientos neocon, que proclamaban una espiritualidad aparentemente etérea pero en realidad al servicio de los intereses del neoliberalismo rampante. No es casual en este sentido resaltar la alianza entre Reagan, Thatcher y Wojitila para algo más que acabar con el comunismo ateo... Bergoglio tiene ahora la oportunidad de cambiar esos espurios vientos por brisas evangélicas, aunque va a encontrar, está ya encontrando, muchísima resistencia. Como Jesús de Nazaret, ¿o acaso se vio al Maestro compadrear con los poderosos?
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