Cuando los teólogos de la Antigüedad y Medievo hablaban de “pecado capital” se referían no tanto a la magnitud sino a que es la raíz de los otros pecados. El pecado capital es, por tanto, un hontanar del Mal. Así lo definirá Santo Tomás de Aquino en su Summa Teologica: <<un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal>> (II-II,153:4).
Un aggiornamento de estos planteamientos de teología moral al mundo actual revelaría precisamente al Capital como pecado capital, valga la repugnancia. La antigua avaricia es hogaño la sed de enriquecimiento sin límites de los tiburones financieros que pasa por encima de la solidaridad y el bien común. Este pecado capital (el Capital) está originando un mundo cada vez más injusto, insolidario y potencialmente violento. Un mundo, en definitiva, menos cristiano. Pero la Iglesia Católica pasa de puntillas ante este mal capital (en su versión agresiva y especuladora actual) y la condena de sus abusos es vaga y retórica. A la hora de la verdad cada Iglesia nacional apoya en sus respectivos países las opciones de derecha que se sustentan en los presupuestos neoliberales que sustentan este modo de proceder inmoral. Nada más lejos de las ideas cristianas de caridad, solidaridad y del compartir que el darwinismo social (Spengler) de esas opciones políticas a las que de facto apoya la jerarquía católica. Una impostura más de esta organización que cada vez más se aleja de las radicales propuestas de ¿su fundador?

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