Habemus Papam es un film muy revelador. El “progre” Moretti ha ido al fondo de la cuestión, más allá del tópico discurso anticlerical. La suya es una honda, incisiva reflexión de proyección universal sobre el poder. Tas la amable apariencia de comedia rebosante de humanidad, hay una descorazonadora vivisección de los mecanismos de poder en general y los del Vaticano en particular. La Iglesia Católica lleva más de dos milenios poniendo en escena esa potestas ritualizada, pero su teatro ha quedado obsoleto en el mundo actual, es mucho más auténtico el arte escénico de cualquier dramaturgo contemporáneo. Por eso el pontífice electo (magnífico Michel Piccoli) prefiere a Chéjov que a la pompa vaticana, por eso deja el balcón papal con un enorme vacío (la soledad del balcón del fondo) tras anunciarse la fumata bianca. Esa persona elegida por el Espíritu Santo para guiar la “Nave de Pedro” no encuentra sentido ya a esa singladura y hace mutis por el foro. Queda así en evidencia el sinsentido de toda esta parafernalia de un “poder sin poder” en un mundo donde la gente está a otra cosa, a la ardua tarea de sobrevivir acosados por los financieros, la crisis y todos los demonios coetáneos. El candidato papal se percata de ello en su descenso a los infiernos de la cotidianidad… El autor de lo cuenta sin acritud, con “buen rollo”, regodeándose incluso en los aspectos humanos La misa ha terminado del colegio cardenalicio… Ya sólo les queda a los purpurados jugar, pues los grandes discursos (como dijeran los pensadores posmodernos) han fenecido: el marxismo, el liberalismo (está dando sus bocanadas con esta crisis brutal), el psicoanálisis (impagable Moretti encarnando a ese charlatán freudiano) y, cómo no, la sagrada doctrina católica.
El mismo día que salía de ver este largometraje, me topo en los medios con la noticia de que la última decisión de qué hacer con el “muerto” del Valle de los caídos lo tiene la Iglesia Católica. Me sorprende comprobar cómo este monumento a la ignominia fascista, al asesinato en masa, a la explotación esclavista de los vencidos acabe en manos de una institución creada por Jesús de Nazaret, el más célebre perseguido y ajusticiado de la Historia. La Iglesia española se ve convertida de este modo en el “ama de llaves” de este horror, como espejo ensangrentado de una política de complacencia con Franco (el nacional-catolicismo). No hay mejor metáfora de ese horrendo matrimonio ventajista. Los juegos de poder llevan a lo real lacaniano, en su dimensión más terrorífica. Esto no es un juego, sino la participación, por acción u omisión, en un genocidio planificado por los fascistas desde la República (Paul Preston lo ha dejado claro en su magnífico estudio El holocausto español).
Habemus Papam (Nanni Moretti, 2011)